¿Somos felices? Una vocación a la felicidad
Por José Raúl Ramírez V
Vivimos en una sociedad repleta de motivos para estar alegres, pero ¿somos realmente más felices? Quizá el ser humano contemporáneo aparenta alegría gracias a los innumerables medios que tiene a su alcance, pero, ¿experimenta ese gozo profundo que da plenitud? El Papa Pablo VI señalaba con lucidez: “El mundo de hoy ha multiplicado las formas de placer y ha disminuido las formas de gozo, de plenitud.” En sintonía, el Papa Francisco, en la encíclica Laudato Si’, afirmaba: “El hombre de hoy tiene demasiados medios, pero raquíticos fines.”
Las alegrías que comúnmente experimentamos suelen ser efímeras: la victoria de nuestro equipo favorito, alcanzar un logro personal o adquirir algo deseado. Estas emociones pasan rápidamente. Pero, más allá de estas satisfacciones momentáneas, surge una pregunta vital: ¿habita el gozo en nuestro corazón?
San Pablo VI planteaba una reflexión paradójica y desafiante: “¿Cómo se explica el gozo de un mártir en el momento de su muerte?” Este gozo nace de un sentido profundo de la vida, una certeza que otorga paz, plenitud y tranquilidad incluso en medio de las dificultades. Si Dios existe, eso ya es una buena noticia; pero si, además, está en medio de nosotros, lo es todavía más. No es un Dios que viene a competir con el hombre, sino a salvarlo, a acompañarlo, a darle sentido. Su presencia transforma vidas: los cojos caminan, los ciegos ven y los cautivos recuperan su libertad.
El gozo: la causa de nuestra felicidad
En la liturgia de hoy, tanto el profeta Sofonías como el Evangelio nos recuerdan que el verdadero gozo y la auténtica alegría tienen una causa clara: Dios viene a estar en medio de nosotros.
Sofonías lo describe con profundidad: no se trata de un Dios lejano, por encima o al lado, sino de un Dios que se instala en medio de nosotros, en nuestra vida cotidiana. Esa es la raíz de la verdadera felicidad: no porque los problemas se resuelvan mágicamente o la muerte desaparezca, sino porque, en medio de todo, ya no estamos solos. La presencia de Dios le da un nuevo sentido a la existencia, una fuerza renovadora para enfrentar las adversidades. Él es nuestro gran compañero y consejero.
La felicidad es, entonces, sabernos amados, perdonados y salvados. Con Dios, siempre existe la posibilidad de recomenzar. Como decía el escritor Maillto: “La felicidad es lo que permanece cuando todo lo demás se olvida.”
¿Qué debemos hacer?
Si la certeza de la presencia de Dios es fuente de alegría, cabe preguntarnos: ¿qué debemos hacer? No se trata de enfocarnos solo en lo que nos gusta, pues no todo lo que deseamos conduce a una felicidad duradera. Muchas veces, lo que nos atrae ofrece únicamente una satisfacción pasajera. La pregunta más profunda es: ¿qué debo hacer?
El Evangelio de hoy nos propone tres actitudes concretas como respuesta:
1. Compartir
Compartir lo que tenemos y lo que somos. No hay mayor alegría que dar y reconocer que los demás también participan en la experiencia de Dios. El compartir construye comunidad, nos libera del egoísmo y proyecta un futuro más lleno de esperanza. En un mundo cada vez más individualista, el camino hacia el verdadero gozo pasa por la solidaridad.
2. No exigir más de lo necesario
La experiencia de Dios no implica vivir de manera extravagante, sino encontrar esperanza y justicia en la vida cotidiana. El Evangelio nos invita a vivir con sabiduría, entendiendo nuestras circunstancias y reconociendo nuestras limitaciones. La plenitud no se halla en tener más, sino en ser agradecidos y crecer en medio de lo que ya tenemos.
3. Respetar y ayudar al prójimo
El respeto hacia los demás nace de la certeza de que Dios habita en cada persona. No se trata de aprovecharse de las necesidades ajenas o actuar con egoísmo, sino de respetar la dignidad del prójimo y trabajar por su crecimiento. Respetar a los demás es, en última instancia, una forma de respetar a Dios mismo.
Reflexión final
¿Experimentamos el verdadero gozo que da sentido a nuestra vida o seguimos atrapados en alegrías pasajeras? El Evangelio nos invita a elegir lo correcto: compartir, vivir con serenidad en nuestra realidad y respetar al prójimo. Que estas ideas nos animen a crecer en humanidad, plenitud y comunión con los demás.
Amén.