Por P. José Raúl Ramírez Valencia
Lecturas. Viernes de IV semana de cuaresma
Libro de la Sabiduría. 2, 1a. 12-22,
Salmo 133
San Juan 7, 1-2.10.25-30
Razonar con sabiduría
La primera lectura del libro de la sabiduría inicia con esta expresión de gran actualidad. “Se dijeron los impíos razonando equivocadamente acechemos al justo, que nos resulta incómodo, se opone a nuestra acciones, nos echa en cara nuestros pecados, nos reprende nuestra educación errada.” El impío razona impiamente, el sabio razona sabiamente, el maldadoso razona maldadosamente, se supone que el profesional deberá razonar profesionalmente. La universidad enseña a razonar sensatamente, sabiamente y profesionalmente. Los invito entonces a razonar no viendo la graduación solo desde el mérito, sino también desde el don.
¿Merito o don?
Uno de los grandes problemas del hombre contemporáneo, y por tanto malestar social, es el creer que todo no lo merecemos o pensar que los logros o éxitos los alcanzamos solo con nuestros propios esfuerzos. La pregunta que surge de esta lógica es esta: ¿Merecemos ser graduados? ¿La graduación es sólo fruto de nuestro esfuerzo? El industrial en muchas circunstancias cree que no debe nada a nadie y por tanto no tiene que agradecer, el estudiante en algunas ocasiones piensa que solo alcanzó su título con sus esfuerzos desconociendo a la institución y a los profesores. Es importante argumentar, que para desarrollar nuestras facultades espirituales: inteligencia y voluntad, necesitamos de los demás, ¿cómo voy a potencializar el lenguaje sin la ayuda de los demás?, ¿cómo voy a buscar lo bueno sin la cooperación de los demás? Sea entonces lo primero en este acto de graduación, agradecer la presencia de la familia, los compañeros, amigos, profesores por la formación recibida, sin ellos, “no merecemos ser graduados”. El no reconocer nada recibido nos vuelve autosuficientes, engreídos, además nos conduce al olvido de los demás y por ende al olvido de Dios.
Pasemos del mérito al don, incluso suena más elegante y ético decir, hoy recibo el don de la graduación, que decir tengo el mérito de graduarme, esto no son meras palabras, en el fondo subyace toda una antropología. Valga la pregunta ¿yo merezco la vida o al contrario la vida es un don recibido?. Yo merezco que me amen o al contrario el amor es para mí un don, no una obligación, yo merezco la fe o la fe es un don? El don es algo dado, a lo cual yo respondo, pero un don que me involucra e involucra a los demás, el don exige una respuesta. La graduación es un don y privilegio, no un mérito más.
Solo para que pensemos en el don. ¿Cuántos niños en Colombia tienen la oportunidad de ingresar a la primaria? ¿Cuántos, en este país marcado por la desigualdad, logran terminarla? ¿Cuántos pueden acceder al bachillerato? Y más aún, ¿cuántos jóvenes, en una nación que se dice llena de oportunidades, tienen la posibilidad de ingresar a la universidad y, finalmente, graduarse?
Las razones de esta exclusión son múltiples: la falta de recursos económicos, la imposibilidad de desplazarse hasta el campus universitario, la necesidad de trabajar para sostener a sus familias o, simplemente, la ausencia de condiciones académicas favorables.
Es urgente cambiar la mirada sobre la graduación: dejar de verla como un privilegio o un mero mérito individual y reconocerla como un don. Y si graduarse en Colombia, un país de profundas desigualdades, es un don, ¿no debería eso hacerme aún más responsable en la lucha por una sociedad más equitativa y con mayores oportunidades para todos? La formación humanista que han recibido en esta universidad busca que sus egresados sean parte de la solución, no una reproducción más de las desigualdades. En un país marcado por la inequidad, el don de ser profesional debe transformarse en un don para los demás.
La ética como respuesta al don recibido.
Pero demos un paso más: la graduación es un don. Y todo don exige una respuesta a lo que se nos ha entregado. Hoy, la Universidad les concede un título, los acredita como profesionales, pero ante este regalo deben asumir una responsabilidad. ¿De qué sirve recibir un don o un reconocimiento si no se cuida y se honra? El don exige compromiso. Hoy ustedes son profesionales, pero ¿cómo no cuidar la profesión? ¿Y cómo hacerlo? La mejor manera es ejerciéndola con ética, pues la ética es el resguardo de la verdadera excelencia profesional.
Además, el don es un signo de confianza. Damos algo a alguien porque confiamos en él. Recibir un don significa ser reconocido, sentirse agraciado. La Universidad Católica de Oriente confía en ustedes, queridos profesionales, no solo como expertos en su campo, sino como personas de bien, como miembros de una comunidad de fe que entienden que razón y fe no se oponen, sino que se complementan. Por eso los gradúa, porque los considera competentes y capaces.
Pero con el don viene también un desafío. Ser profesional es un reto. Recibir un don implica un compromiso. Y ese desafío está por delante: la sociedad espera de ustedes, los interpela, los desafía a ser verdaderamente buenos profesionales.
Finalmente, recuerden siempre que el impío razona impíamente, mientras el sabio razona sabiamente. No razonen solo desde la lógica del mérito, sino desde el don que han recibido al convertirse en profesionales.
Homilía pronunciada en la eucaristía de graduación en la Universidad Católica de Oriente. 2010
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