Por José Raúl Ramírez Valencia
Tres
acritudes ante Dios: Desprendimiento, confianza y providencia.
En el mundo actual, surgen expresiones como desaprender y deconstruir. Términos que hacen referencia al desprendimiento y desapego. Estas palabras aluden a la idea que lo que antes considerábamos seguro, ya no es, y por ello es necesario soltar. La persona que es incapaz de desprenderse, en el fondo es una persona individualista, apegada a su propio mundo, sus intereses y relaciones. Desde la sociología se habla de bienes necesarios, útiles y superfluos. Algunas personas no son capaces de desprenderse ni siquiera de lo superfluo, lo que dificulta soltar lo que es verdaderamente necesario. Un ejemplo de desprendimiento se encuentra en las dos viudas mencionadas en la liturgia de la palabra, quienes se desprendieron de lo necesario para vivir. La persona con capacidad de desprendimiento es alguien libre de apegos, a personas, cosas espacios y tiempos. La pregunta que surge es: ¿desprendernos de qué y con qué objetivo?
En
el contexto del pueblo de Israel, ser viuda significaba vivir en mendicidad, eran personas desvalidas e indefensos. La
mujer dependía económicamente de su marido, y al quedar viuda, quedaba desprotegida. Eran las personas más pobres entre las pobres. La viuda del evangelio era una mujer sola, maltratada por la vida, sin
recursos, probablemente viviendo de la limosna cerca del templo.
La
primera parte del evangelio hace referencia a los maestros de la ley, quienes
son considerados "sabiondos" de la religión, pero que, aunque no
viven la experiencia de Dios, viven de la religión. Les gusta ocupar
los primeros puestos, alargar sus filacterias y actuar con vanidad y codicia.
En contraste, la viuda es una mujer del pueblo, ajena a los fariseos y
escribas, que vive la religión de manera profunda. Ella no hace ruido religioso
ni es vanidosa, pero su fe es genuinamente profunda y auténtica.
Mientras los maestros se aprovechan de la religión, esta mujer se desprende de lo poco que tiene porque confía en Dios. Su gesto revela el verdadero corazón de la religión: la confianza en Dios. Ella no se sirve de Dios como los escribas y fariseos, sino que confía plenamente en Él.
Jesús, quien observaba profundamente las acciones de los demás, vio que muchas personas daban generosas ofrendas, pero fue la viuda, con solo dos moneditas, quien demostró un verdadero desprendimiento y confianza en Dios. Jesús no mide la cantidad de lo que se da, sino la intención con la que se da. No toda persona generosa es necesariamente desprendida; algunos dan solo lo que les sobra, la viuda dio todo lo que tenía para sobrevivir. ¿Qué la llevó a entregar lo que tenía para vivir? La confianza en el Señor. Quien confía en Dios sabe que Él cuida de su vida. La viuda, con su gran capacidad de desprendimiento, confiaba plenamente en la providencia divina. Mientras que otras personas eran generosas para ser vistas, ella daba sin buscar reconocimiento alguno, por el simple amor a Dios. La persona desprendida se da a sí misma, mientras que el individualista solo piensa en su amor propio. "La viuda pudo dar todo, porque lo esperaba todo de Dios" (M. Spitz)
Es
importante preguntarnos: ¿Qué nos motiva a ayudar? ¿El amor a Dios?
Muchos poderosos ayudan buscando reconocimiento. La viuda, en cambio, actuó con
buenas intenciones, sin calcular ni fiscalizar su acción. Desde lo más profundo
de su corazón, entregó su donativo al templo para el bien común, sin esperar
nada a cambio, solo con el deseo de colaborar.
Providencia
El evangelio también nos invita a reflexionar sobre la providencia de Dios y el
trabajo de cada uno de nosotros. No debemos caer en el providencialismo
pasivo, esperando que Dios haga todo por nosotros, ni pensar que todo
depende solo de nosotros.
San
Ignacio de Loyola decía: "Haz todo como si todo dependiera de Dios, y haz
todo como si todo dependiera de ti". Esta es la colaboración entre el ser
humano y Dios. La viuda hizo su parte, y Dios hizo la Suya. Como dice la
primera lectura, ella entregó la harina y el poco aceite que tenía, y nunca le
faltó nada. Cuando nos preocupamos por las cosas de Dios, Él se ocupa de las
nuestras.
Sigamos celebrando la Eucaristía y aprendamos de estas mujeres la capacidad de desprendimiento. Ellas aprendieron a confiar plenamente en el Señor.
Amén.
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