Por José Raúl Ramírez Valencia
Jueves segunda semana del tiempo ordinario. Año impar
El evangelio del día de ayer relata cómo Jesús, al entrar en la sinagoga, curó en sábado a un hombre con la mano paralizada. Este gesto provocó incomodidad en los fariseos y herodianos, quienes lo veían, sentían y escuchaban como un extraño que desafiaba su orden establecido. Sin embargo, no solo ellos se sintieron extrañados por Jesús; Él también quedó sorprendido por la dureza de sus corazones. Una vez que salieron de la sinagoga, fariseos y herodianos conspiraron juntos para acabar con Él. Paradójico: Jesús, haciendo el bien, se sintió un extraño en la sinagoga ante quienes representaban lo político y lo religioso.
Por otro lado, el evangelio de hoy
narra que muchas personas buscaban a Jesús: gente de Judea, Jerusalén, Idumea,
Transjordania y las regiones cercanas a Tiro y Sidón. Para estas multitudes,
Jesús no era un extraño. Deseaban verlo, escucharlo y sentirlo, porque
reconocían en Él algo que les daba vida y esperanza. Estas personas no eran
extrañas para Jesús, ni Él extraño para ellas. El evangelio de San Marcos
subraya insistentemente que todos buscan a Jesús. El hombre es un buscador de
Dios, y Dios un buscador del hombre.
Lluis
Duch, un monje barcelonés de Monserrat, quien ha profundizado la antropología
de la religión, escribió un libro titulado: Un extraño en nuestra casa. ¿Será
que el hombre es un extraño para Dios? Y ¿Dios un extraño para el hombre de hoy?
Ahora bien, ¿qué tipo de hombre es extraño para Dios? El egoísta,
individualista y narcisista que solo piensa en sí mismo, y que no se alegra con
la curación del hermano.
De la misma forma, Dios aparece como
un extraño para el hombre de hoy. Para una cultura individualista, Dios es un
extraño. Para un hombre arrogante, Dios es un extraño. En una cultura antivida
o consumista, Dios también se vuelve un extraño. Jesús incomoda al mundo actual
porque cuestiona sus valores.
Pero planteemos algo más profundo:
¿Jesús se siente extraño en nuestra Iglesia? ¿En nuestra manera de vivir el
sacerdocio? Tal vez lo volvemos extraño en la forma en que lo predicamos: tan
humano que olvidamos su divinidad, o tan divino que olvidamos su humanidad. Lo
presentamos tan social que relegamos su espiritualidad, tan cercano que
ignoramos que su trascendencia purifica. Esta visión parcial hace que Jesús sea
un extraño, incluso para quienes proclaman su mensaje.
Además, Jesús puede sentirse extraño
en las estructuras eclesiales: en nuestro lenguaje, en las formas de acogida,
en los ritos. ¿El Dios que presentamos no logra atraer al hombre contemporáneo?
Recordemos que Jesús atraía tanto a creyentes como a no creyentes, a judíos y a
paganos. San Marcos insiste: todos buscan a Jesús.
¿Cómo podemos presentar a Jesús hoy de tal manera que hombres y mujeres de todas partes lo busquen y su mensaje inquiete los corazones de este mundo posmoderno? Un mundo donde el pensamiento es lábil y muchas costumbres van contracorriente de lo cristiano.
La carta a los Hebreos nos recuerda a
Jesús como el Sumo y Eterno Sacerdote, que vive para interceder por quienes se
acercan a Dios. Jesús está vivo e intercede por nosotros. Esto implica que el
hombre no está solo; siempre tiene a su lado a quien le ofrece un horizonte,
una verticalidad que da sentido a su existencia. Por el contrario, el ateísmo
ha dejado al hombre atrapado en un nihilismo pesimista, como el avestruz que,
al sentir miedo, esconde la cabeza en la arena.
El texto centraliza esta verdad: “Tenemos un Sumo Sacerdote que está sentado a la derecha del trono de la majestad en los cielos, ministro del santuario”. El hombre no está solo porque Jesús, en su sacrificio, se ha ofrecido por él. Es en este ofrecerse donde Jesús encuentra su realización, y es precisamente esta dimensión la que contrasta con el hombre de hoy, quien busca realizarse sin entregarse. Jesús es el Pontífice, y este término proviene de la palabra "puente", que implica la función de unir dos extremos. Como Sumo y Eterno Sacerdote, Jesús actúa como ese puente perfecto, uniendo lo divino con lo humano, lo terrenal con lo celestial.
Para reflexionar: muchas veces
presentamos a Jesús solo como el amigo fiel o el gurú de moda, olvidando su
dimensión de Sumo Sacerdote. Es esencial recordar que Jesús es santo,
inmaculado, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre los cielos.
Solo desde esta visión integral podremos ayudar a que otros también lo busquen
con fe y esperanza.
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