sábado, 8 de febrero de 2025

Homilia quinto domingo ciclo C. Tiempo ordinario

 El asombro ante lo divino: pequeñez y vocación

Por José Raúl Ramírez Valencia. 

La liturgia de la Palabra de este domingo presenta tres vocaciones de especial significado por su encuentro con Dios: Isaías, el profeta; San Pablo, el apóstol y Simón Pedro, el discípulo. Estos llamados tienen en común una experiencia de asombro ante lo divino, que conduce al reconocimiento de la propia indignidad frente al misterio de Dios y a la misión encomendada. Finalmente, dicho asombro y sentimiento de pequeñez dan paso a un acto de confianza en Dios, con la certeza de que, sin su ayuda, la tarea resulta imposible de llevar a cabo. De este modo, asombro, pequeñez ante la llamada y confianza en el Señor se presentan como elementos esenciales en cada una de estas vocaciones, manifestando que es Dios quien sostiene y guía la misión confiada.

Del asombro a la pequeñez

Hoy, en un mundo marcado por la rutina y la secularización, el encuentro con lo sagrado parece haberse debilitado. Lo trascendente se diluye en lo cotidiano, y la experiencia de lo divino se torna lejana o incluso incomprensible. Muchas personas han perdido la capacidad de asombrarse ante lo sagrado, de reconocer la presencia de Dios en sus vidas y de abrirse a lo espiritual. No es extraño  que algunos consideren innecesario, e incluso superfluo, el encuentro con Jesús.

Isaías experimenta lo sagrado en el templo. Ante tal visión, se siente sobrecogido por la sublimidad y la majestad de lo divino, y se reconoce a sí mismo como un hombre de labios impuros. El apóstol Pablo, por su parte, se encuentra con lo sagrado a través de la pasión, muerte y resurrección del Señor. La gracia divina lo desconcierta, y al confrontar su pasado como perseguidor de los cristianos, se considera a sí mismo un "aborto" indigno. Sin embargo, su encuentro con la luz y el camino de Cristo transforma radicalmente su vida. Simón Pedro, en cambio, descubre la presencia de Jesus en su propio entorno de trabajo. Tras una noche de esfuerzo infructuoso, confía en la palabra del Señor, lanza nuevamente las redes y obtiene una pesca abundante. Su reacción ante este milagro es de asombro y humildad: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador".

No fueron ellos quienes tomaron la iniciativa, sino Dios quien salió a su encuentro. Quedaron estupefactos y respondieron ante el misterio del Dios, aunque eran hombres religiosos, la presencia de Dios los sobrecogió y les reveló su propia indignidad.

De la pequeñez a la confianza

¿Cómo reaccionaron ante este encuentro? Isaías, se reconoce un hombre de labios impuros y perteneciente a un pueblo igualmente impuro. Pablo, en su conversión, se ve a sí mismo como alguien indigno, afirmando que Jesús se le apareció "como a un aborto", y reconoce que fue un perseguidor de la Iglesia. Sin embargo, asume su nueva identidad por la gracia de Dios. Pedro, al presenciar el milagro de la pesca abundante, se llena de temor y humildad, exclamando: "Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador".

Isaías, al principio, se reconoció como un hombre de labios impuros, pero luego comprendió que Dios había purificado sus labios y lo había hecho un profeta. Pablo, por su parte, dejó de ser perseguidor de la Iglesia para convertirse en apóstol. Pedro pasó a ser pescador de hombres, se convierte en un verdadero trabajador por el ser humano en nombre de Jesús.

Confianza en el Señor

Hoy, en contraste, la humanidad parece sumergida en una autosuficiencia que fomenta la soberbia, llevándola a creer que la ayuda de Dios es innecesaria. Esta actitud refleja lo que se conoce como pelagianismo, la creencia de que el ser humano puede alcanzar la plenitud solo con sus propias fuerzas, sin la gracia divina. Frente a este orgullo, las respuestas de Isaías, Pablo y Pedro ofrecen un recordatorio fundamental: reconocer la propia fragilidad no es una debilidad, sino el primer paso para abrirse a la acción transformadora de Dios, cuya ayuda es indispensable para cumplir la misión encomendada.

Ahora bien, ¿de dónde proviene el milagro de Pedro? De no pescar nada pasó a llenar las redes. La clave estuvo en la confianza en la palabra del Señor: "En tu nombre echaré las redes". Pedro no se marchó a otro mar ni esperó condiciones más favorables; lanzó las redes en el mismo lugar donde antes había fracasado, pero con una actitud renovada: con fe y confianza. De manera similar, Pablo reconoce que la gracia de Dios no ha sido estéril en su vida y, por ello, ha trabajado incansablemente por el Evangelio. Ni Isaías, ni Pablo, ni Pedro cambiaron de lugar, pero sí de actitud. Pedro lanzó sus redes con una nueva disposición, Pablo comprendió que su labor era fruto de la gracia de Dios, e Isaías, con los labios purificados, aceptó su misión.

Sigamos celebrando la Eucaristía con estas reflexiones en el corazón. Echemos las redes en su nombre de Jesús. Amen.    


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