sábado, 22 de febrero de 2025

Homilia Domingo VII ciclo C. Tiempo ordinario.

El perdón: Una expresión del hombre espiritual  

Por P. José Raúl Ramírez Valencia 

Hombre terrero vs hombre espiritual

Las lecturas de hoy nos invitan a reflexionar sobre nuestra vida y nuestro comportamiento. En la segunda carta a los Corintios, el apóstol Pablo afirma: “Adán se convirtió en el primer viviente, pero no fue el hombre espiritual.” Esta distinción nos lleva a reconocer dos formas de existencia: por un lado, el hombre viviente, guiado por el instinto y con reaccioens inmediatas, sin refelxión; por otro, el hombre espiritual, capaz de trascender sus impulsos y orientar su vida hacia una dimensión más elevada.

El hombre viviente actúa movido por la venganza; el hombre espiritual, por el perdón. Mientras el primero se encierra en el egoísmo, el segundo se abre a los demás. La naturaleza nos hace seres vivientes, pero la verdadera invitación del Evangelio es a trascender y a convertirnos en seres vivientes espirituales.

El ejemplo de David

La primera lectura, tomada del libro de Samuel, relata cómo David tuvo la oportunidad de matar a Saúl, quien lo perseguía para quitarle la vida. Sin embargo, no lo hizo. Si hubiera actuado como un hombre viviente, lo habría eliminado sin dudar. Pero, como hombre de Dios, eligió perdonarlo. Aquí se revela la actitud del hombre espiritual: ¿Dios puso a Saúl en sus manos para que lo matara o para que lo perdonara? Dios transforma nuestra lógica y nos invita a adoptar una nueva mirada sobre el mundo. Precisamente, el Evangelio nos llama a un desafío radical: “Amen a sus enemigos.”

Vence el mal con la fuerza del bien

El hombre viviente en su instinto odia a sus enemigos o simplemente los ignora; el hombre espiritual, en cambio, los ama. Aquí hay una diferencia profunda: hacerle daño al enemigo es una cuestión de ética social, pero amarlo es un acto propiamente espiritual del un hombre con pricipios del evangelio. La lógica del viviente se inclina hacia el odio; la del ser espiritual, hacia la comprensión y el perdón. 

El apóstol Pablo, en su carta a los Romanos, transmite una enseñanza poderosa: “Vence con el bien el mal.” Solo el bien puede romper la espiral del mal. El cristiano es, ante todo, un hombre de bien. Jesús, en el Evangelio, nos invita a una actitud radical: “Al que te pegue en una mejilla, preséntale también la otra.” Pero, ¿debe tomarse esta enseñanza de forma literal? Más bien, apunta a una respuesta transformadora: donde hay odio, sembrar amor; donde hay injusticia, obrar con justicia; donde hay incomprensión, ofrecer comprensión. Esa es la verdadera "otra mejilla". La vida es como un eco: si digo “sí”, resuena “siiii”; si digo “no”, retorna “nooo.” Del mismo modo, si trato mal a los demás, recibiré lo mismo; pero si actúo con bondad, el bien volverá a mí.

La audacia del perdón

El filósofo Jacques Derrida plantea que el perdón no es cuestión de merecimiento, sino un don. En este sentido va hablar de perdonar lo imperdonable. Cuando el perdón depende de si alguien lo merece, deja de ser perdón y se convierte en una forma de justicia o intercambio. Por eso, el verdadero perdón es incondicional. Para Derrida, el perdón es como un regalo, una entrega libre, sin condiciones. No busca compensación ni espera reciprocidad; su valor radica en su gratuidad. En este sentido el perdón es un acto radical que rompe con la exigencia de equilibrio y, en su pureza, nos acerca a una dimensión de gratuidad y misericordia genuinas.

A un hijo de Dios no se le pide un comportamiento ordinario, sino extraordinario. El discípulo de Cristo está llamado a ir más allá, a trascender lo común. Hay dos actitudes que debemos evitar: el juicio y la condena. Y hay dos que debemos abrazar: el perdón y el don. El rencor causa más daño a quien lo siente que a aquel contra quien se dirige. En el rencor, nos convertimos en rehenes de quienes odiamos, mientras que el perdón nos libera. Aferrarse al resentimiento es permitir que el agresor continue haciéndo daño, aún en su ausencia. Tal vez el otro no merezca tú perdón, pero tú sí mereces vivir sin rencor.

Imitar la misericordia de Dios

El Evangelio nos recuerda que Dios hace salir el sol sobre buenos y malos por igual. Así es Dios: imparcial en su amor y generoso en su bondad. ¿Podemos imaginar un Dios que hiciera distinciones, dejando a los malos sin luz y sin sustento? No, porque Dios busca siempre el bien. El Evangelio nos deja una invitación esencial: “Sean misericordiosos como su Padre es misericordioso.” La misericordia es el signo de Dios, y también debe ser el del cristiano. Tener misericordia es poner el corazón en la miseria humana para lcomprednrla y sanarla con el amor y el perdón. 

Sigamos celebrando la Eucaristía y llevemos estas reflexiones a nuestro crecimiento espiritual: ¿Somos simplemente seres vivientes o verdaderamente seres espirituales? Si somos seres espirituales, la misericordia debe ser nuestro sello distintivo, siempre presente en nuestra vida. Tenemos la capacidad de "poner la otra mejilla", tal como lo hizo David con Saúl al elegir el perdón en lugar de la venganza. Recordemos siempre: el mal solo se vence con la fuerza del bien.

Amén.

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