Dios habita en quien bien discierne.
Por José Raúl Ramírez Valencia.
Discernir: un desafío eclesial y personal.
El discernimiento es una capacidad reflexiva que permite distinguir entre lo esencial y lo superficial, lo correcto y lo incorrecto, lo verdadero y lo falso, por tanto, en la persona de fe y en la Iglesia debe estar presente esta actitud de discernimiento. Elegir entre lo que conviene o no conviene a nivel personal, institucional o eclesial se llama discernir. El discernimiento es un camino que lee los signos de los tiempos sin el afán de contemporizarse con ellos, sino de comprenderlos para descubrir lo valores del evangelio que se encuentran presentes o, por el contrario, aquello que lo desdice.
Una de las grandes dificultades que tenemos
hoy en día es precisamente saber discernir. La primera lectura de los Hechos de
los Apóstoles está en esta línea. Los paganos, al escuchar predicar a Pablo y a
los discípulos, querían convertirse al cristianismo. Los primeros en convertirse
al cristianismo fueron los judíos, pero algunos de ellos no estaban de acuerdo
con que los paganos se convirtieran sin antes asumir la cultura judía, es
decir, la circuncisión y otras prácticas propias del pueblo judío.
Esta discusión sobre si los paganos debían
adoptar las normas y los ritos de los judíos para hacerse cristianos o había
algo esencial en el cristianismo que lo diferenciara del judaísmo, llevó a los
apóstoles al primer Concilio que tuvo la Iglesia en Jerusalén. Allí surgieron
diversas posturas: la de Pablo, la de Santiago y la de Pedro. Finalmente, según
el texto bíblico, tomaron una decisión guiada por el Espíritu Santo y con buen
discernimiento, “Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponer más
cargas que las indispensables”.
La decisión fue que lo esencial era asumir la
experiencia del Cristo resucitado, y que los conversos debían abstenerse de comer
carne sacrificada a los ídolos, de sangre, de animales estrangulados y de
uniones ilegítimas. “Haréis bien en apartaros de todo esto. Saludos”,
concluye la carta. Qué importante es discernir para llegar a lo auténticamente cristiano.
Hoy vivimos una situación que merece atención. Muchas personas opinan sobre la
Iglesia, aun sin pertenecer a ella y sin conocerla, pretendiendo que se adapte
completamente a los pensamientos del hombre contemporáneo. Esto es lo que Kierkegaard,
un filósofo del siglo XX, denominó: “vivir una cristiandad sin cristianismo”.
Se quiere ser cristiano católico sin ningún
compromiso cristiano, moral, ni de comunidad, sin aceptar lo esencial del
cristianismo. En el afán de conquistar al mundo, la Iglesia está tentada a
perder su identidad.
Hoy en día también están surgiendo unos
ciertos fundamentalismos en algunos movimientos eclesiales que consideran que
para ser un buen cristiano tienen que asumir una serie de consagraciones,
normas morales y ritos de más con respecto a la vivencia de la fe, más aún ven con
cierto desdén a quienes no pertenecen a sus movimientos o no han pasado por sus
retiros como unos cristianos de segunda o incluso medio paganos por no decirlo
paganos del todo. A estos grupos fundamentalistas es importante recordarles la
conclusión del Concilio de Jerusalén: “Hemos decidido, el Espíritu Santo y
nosotros, no imponeros más cargas que las indispensables.
Tres notas características que la Iglesia y
toda persona católica debe tener presente a la hora de discernir.
1. Fidelidad
La Iglesia debe ser fiel a los valores del
evangelio para no desviarse. No todo lo que el mundo contemporáneo quiere que
la Iglesia sea le conviene al cristianismo. Algunas posiciones relativistas con
respecto a la moral y al dogma del mundo desvían a la Iglesia de su fuente. Al contrario, la Iglesia debe permanecer firme
en su propuesta para poder refrescar y desafiar al mundo con su propuesta, la
Iglesia no puede volverse semejante al mundo.
2. Profetismo
La Iglesia debe ser profética, no puede
conformarse con lo que el mundo dice o pide. Cuando deja de ser profética pierde
autoridad y credibilidad. La Iglesia debe denunciar todo aquello que va en
contra de la dignidad de la persona así el mundo no lo comporta su visión. El
cristiano debe tener una posición crítica. El hombre relativista ha pedido la
línea entre lo normal y lo anormal, Todo se acepta como verdadero y bueno.
3. Diálogo
La Iglesia debe dialogar, quien dialoga no
renuncia a la identidad. Hoy hablamos de diálogo interreligioso, cultural,
social y pareciera que para dialogar es abandonar nuestros principios y
convicciones. Se dialoga no para imponerse, ni para dejarse imponer, sino para
crecer juntos en el conocimiento de Dios. Dialogar no es abdicar de la fe, sino
enriquecerla.
Dios habita en nuestra interioridad
En el evangelio Jesús dice a sus discípulos: “El
que me ama guardará mi palabra, y mi Padre lo amará. Vendremos a él y haremos
morada en él”. Es el Dios trinitario que habitar en nuestra alma. San Agustín
decía con profundidad: “Dios está más íntimo a mí que mi propia
intimidad”. Cuando Jesús estuvo en este mundo, estaba entre nosotros. Pero con
su muerte, resurrección y el envío del Espíritu Santo, ahora también está en
nosotros, habita en lo profundo de mi alma de cada persona. Hay una profunda diferencia
al afirmar y experimentar que Dios esté en mí y otra muy diferente que Dios
habite en uno.
El “estar” es una realidad ontológica, pero
el “habitar” implica que uno toma conciencia de la presencia de Dios y le
permite vivir y actuar en su interior. Aquí entra la experiencia profunda de la
interioridad.
Vivimos en un mundo lleno de ruido, de
dispersión. Se ha perdido el valor de la interioridad. Muchos confunden
interioridad con vida privada. Pero la interioridad es la casa donde actúa el
espíritu. Cuando el ser humano tiene interioridad, tiene una casa: un espacio
para entrar, meditar, orar, reflexionar, hacer consciente la presencia de Dios.
Dios habita en nuestra alma, no solo está, Él habita y es Señor de nuestra vida.
Santa Teresa de Ávila lo expresó maravillosamente en su obra El Castillo Interior. Habla de siete moradas, y en la última está Dios. En esa morada, que es el alma, Dios habita. Allí hay que escucharlo, sentirlo, vivirlo. Dios habita cuando escuchamos su Palabra. Escuchamos muchas cosas hoy en día, pero pocas veces escuchamos a Dios. Uno es lo que escucha. Cuando escuchamos a Dios en el silencio y hacemos discernimiento, crecemos como personas de fe, por eso dice Jesús: El que me ama guardará mi palabra y vendremos a él y haremos morada. En fin, queden estas enseñanzas para nuestro crecimiento espiritual: Necesitamos discernir para saber qué nos conviene como cristianos, La Iglesia debe ser fiel, profética y estar abierta al diálogo, sin perder su identidad y lo más importante, tomar conciencia de que Dios habita en nosotros.
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