viernes, 14 de marzo de 2014

HOMILIA SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA CICLO A

LA BELLEZA DE DIOS TAMBIÉN VA UNIDA A LA BELLEZA DE LA CRUZ


Por José Raúl Ramírez Valencia

Génesis 12, 1-4

Segunda Carta del apóstol Pablo a Timoteo 1,8b-10

San Mateo 17, 1-9

 

Una manera de acercarnos a la liturgia de este domingo, donde se lee el evangelio de la transfiguración, es a través de la belleza. Dice el evangelio: “Se transfiguró delante de ellos y su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz”. Una belleza indescriptible. El cardenal Martini, en el año 2000, escribió una carta pastoral titulada: ¿cuál belleza salvará el mundo?, en ella reflexiono acerca del evangelio de la transfiguración citando a Dostoievski, literato ruso en su novela El Idiota, en la que pone en labios del joven ateo Hippoli la pregunta al príncipe Myskin: “¿Es verdad, príncipe, que dijiste un día que al mundo lo salvará la belleza? Señores  —gritó fuerte dirigiéndose a todos— el príncipe afirma que el mundo será salvado por la belleza”.  Luego argumenta Martini: “el príncipe no responde a la pregunta, igual que un día el Nazareno, ante Pilato, no había respondido más que con su presencia a la pregunta “qué es la verdad”. Parece como si el silencio de Myskin  —que con infinita compasión de amor se encuentra junto al joven que está muriendo de tisis a los dieciocho años— quisiera decir que la belleza que salvará al mundo es el amor que comparte el dolor. La belleza que salvará al mundo no es una belleza seductora, que aleja de la verdadera meta a la que tiende nuestro corazón inquieto: es más bien la belleza tan antigua y tan nueva, la belleza de Dios”.  Si la belleza desde un plano filosófico es lo que agrada, la belleza que agrada al mundo es aquella que asume y comparte el dolor de los otros. Ahora bien, ¿cómo alcanzar a ver y experimentar la belleza que dejó perplejos a Pedro, Juan y Santiago? Propongo cuatro momentos: salir, subir, estar y bajar.  

SALIR PARA SUBIR: “Dios dijo a Abraham: sal de tu tierra y de la casa de tu padre”. Salir implica dejar apegos y mirar hacia adelante.  Abraham no sale a la deriva, sino con la confianza puesta en Dios; su seguridad ya no depende ni de la tierra, posesiones, afectos y capacidades, su seguridad está en Dios. Quien se apoya solo en su tierra, y no en Dios, nunca avanza, solo permanece o quizás retrocede. Para contemplar la belleza que salva necesitamos salir de nosotros mismos. Quien se fía en Dios se convierte en bendición para los demás. Los desapegos nos lanzan hacia adelante, el desapego es un signo de bendición de nuevas e insondables realidades, el apego no. Abraham al desapegarse suscitó y encontró enormes bendiciones.

SUBIR PARA ESTAR: “Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan y se los llevó aparte a una montaña alta.” El monte es entendido como lugar de máxima cercanía con Dios. En la montaña, Moisés recibe las tablas de la ley, Elías vence a los profetas falsos, Jesús proclama las bienaventuranzas, en el calvario Jesús entrega su vida. Para poder alcanzar la plenitud necesitamos subir, para estar a la altura de Jesús y contemplar su belleza necesitamos subir, quien no sube solo se queda con imágenes de Dios, pero no experimenta su belleza salvadora. Quien sube está en la capacidad de ver con mayor amplitud y profundidad la belleza de la vida salvada.  

ESTAR PARA BAJAR: “Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres haré tres chozas”. Es una estadía gratificante y atractiva. Cuando se “está” se tiene la posibilidad de ver y escuchar con serenidad, sin prisa; la belleza es enemiga del pragmatismo. La belleza solo agrada cuando se “está”. “Escucharon una voz que decía: este es mi hijo amado, mi predilecto, escuchadlo”. Ver y escuchar, dos verbos que sintetizan el estar de los discípulos en el Tabor: no basta con ver, hay que escuchar al hijo amado del Padre; tampoco con escucharlo, hay que verlo, sentir atracción por su belleza y por su palabra. La propuesta de Pedro fue hacer tres chozas, deseo plausible y entendible, pero a la vez tendencioso. Ver y escuchar la belleza de Dios no anquilosa, ni aquieta, motiva más bien a bajar y a contar lo que se ha visto y oído.    

BAJAR PARA CONTAGIAR: “Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: no contéis a nadie la visión, hasta que el hijo del hombre resucite de entre los muertos”. Bajar y  no contar hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos, indica que no se puede reducir a Jesús solo al sufrimiento o solo a la resurrección; la pasión es el camino de la resurrección. No se desciende por descender, se desciende después de haber contemplado la gloria, y cuando se ha contemplado la gloria de Jesús, el horizonte no se pierde, además contemplando la gloria se asumen y se superan los distintos obstáculos hasta llegar a la meta. A veces perdemos el horizonte y nos desanimamos, porque no sabemos para dónde vamos, ni qué esperamos. Jesús con su transfiguración nos muestra el horizonte para no desanimarnos. El hombre de hoy necesita experiencias de gozo, gloria y alegría para poder superar las pruebas y experiencias dolorosas de la vida. Quien ha contemplado la belleza queda contagiado y quiere contagiar a los demás. 

En cuestiones de fe muchos caminan sin haber subido, muchos caminan sin haber estado y muchos caminan sin haber descendido y muchos descienden si querer contagiar.  


2 comentarios:

  1. gracias amigo, nunca renunciemos a la divulgación del Evangelio desde todos los areópagos.

    ResponderEliminar
  2. AMIGO, AMIGO, VEO QUE NO HA PERDIDO SU ESTILO AL ESCRIBIR

    ResponderEliminar