miércoles, 31 de enero de 2024

Palabras bodas de plata sacerdotales- 1992- 2017.

                   No que lo tenga ya ha conseguido o que sea ya perfecto…

                                                                José Raúl Ramírez Valencia 

Tal vez la mejor forma de agradecer estos 25 años sea el silencio sereno y meditativo, convertido en elocuente lenguaje de gratitud. En este día, la gratitud irrumpe en el silencio como una realidad que lo colma de sentido. El silencio, cuando es sereno y contemplativo, revela con hondura y sabiduría los momentos más sutiles, gozosos y significativos de mi caminar sacerdotal.

El silencio sereno y meditativo convoca a mi memoria agradecida, tocada por la manifestación de lo divino, a innumerables personas significativas que me han acompañado en este caminar existencial y pastoral. Se hacen presentes mis padres, mis hermanos y toda mi familia, junto a cada uno de ustedes mis amigos, quienes han sido participes de ésta historia personal donde Dios, con su inmensa misericordia, ha sido compañía constante. Me considero afortunado por haber podido proclamar y celebrar esa misericordia en cada uno de los sacramentos.  

Hace 25 años, por la imposición de manos de Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo, fui ordenado sacerdote. Muchos de ustedes me acompañaron en aquel momento kairótico, en el que el tiempo de Dios irrumpió para transformar mi existencia. Ese acontecimiento salvífico marcó, sin duda alguna, un antes y un después en mi historia personal.  

Escribía en la tarjeta de ordenación esta frase paulina, “no que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continuo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por él. Yo hermanos, creo no haberlo alcanzado todavía”. Nuevamente la medito y estoy más convencido del programa de vida que elegí aquel 8 de noviembre de 1992.

Han pasado 25 años y aún no lo he logrado, ni he alcanzado la perfección, sigo en camino, pero hoy con una certeza más aguda y más puesta en el crisol del diálogo de la fe y la razón, que me ha dado el abrazo disciplinado con la filosofía, siento y constato que he sido alcanzado y atrapado por Jesús, pues, un hombre sin Dios o incluso un sacerdote sin Dios, permanece un transeúnte aventurero sin horizonte. Más aún, como escribía el poeta griego Píndaro le es imposible "llegar a ser quien tiene que ser” Hoy la experiencia existencial – sacerdotal, me ha revelado con contundencia mi realidad personal, lo que significa que sacerdocio y realización personal son compatibles, no contradictorios. 

 Fe y razón, las dos alas para acceder a la verdad, como decía el papa Juan Pablo II, me han acompañado, podría decir, que el don del sacerdocio, misteriosamente pero sabiamente, me ha dotado de estos dos caminos: fe y razón para poder interpretar y leer gramaticalmente la realidad de la vida. Pues la vida de un sacerdote o de cualquiera persona, sin la gramática de la fe, queda prisionera del tiempo y del espacio, o sin la gramática de la razón se convierte en una evasiva existencial. Eso es precisamente un sacerdote o más concretamente un cristiano: un puente que une los dos extremos: lo divino y humano. El sacerdote no puede quedarse vislumbrado ni por lo divino, ni por lo humano, en lo humano encuentra lo divino y en lo divino capta el sentido de lo humano.

Sea esto lo último, no por su lugar al final, sino porque da sentido a todo este acontecimiento celebrativo: agradecer el don insobornable e inescrutable de la vocación, que a diario me reclama enriquecer las circunstancias. El sacerdote es, ante todo, alguien llamado a enriquecer las circunstancias que la vida le confía.

Hoy agradezco cada uno de los nombramientos recibidos de la Iglesia por medio de los obispos que han marcado mi camino. Todos, sin excepción, han sido ocasión para enriquecer las circunstancias. Pero más aún, cada designación —hasta la experiencia del monasterio— me ha conducido al encuentro y enfrentamiento conmigo mismo, hasta tocar las fibras más creativas y hondas de mi ser personal. En cada misión, he sido enriquecido humana y sacerdotalmente.

Agradezco a la Diócesis y más concretamente a cada uno de los sacerdotes que me acompañan en esta acción de gracias. Son ustedes quienes con cercanía han sido testigos de mis particularidades, tal vez de mis excentricidades, pero sobre todo de mi original respuesta vocacional.  A todos ustedes muchas gracias por unirse a mi acción de gracias en estas bodas de plata sacerdotales.  


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