No que lo tenga ya ha conseguido o que sea ya perfecto…
José Raúl Ramírez Valencia
Quizás la mejor manera de agradecer estos 25 años, sea el silencio sereno y meditativo como lenguaje elocuente de gratitud. En este día, la gratitud irrumpe en el silencio como realidad que satura de sentido. El silencio sereno y meditativo, revela con hondura y sabiduría, los momentos más sutiles y a la vez más gozosos y significativos de mi trasegar sacerdotal.
El silencio sereno y meditativo hace posible que vengan
a mi memoria agradecida y tocada por la manifestación de lo divino, un sin
número de personas significativas que me han acompañado en este caminar existencial-pastoral,
tanto mis padres como mis hermanos y el resto de mi familia, como cada uno de
ustedes mis amigos que han sido participes de ésta historia personal donde Dios
me ha acompañado con su inmensa misericordia y yo he sido un afortunado de
poder proclamarla y celebrarla en cada uno de los sacramentos.
Hace 25 años fui ordenado sacerdote por imposición de
manos de Monseñor Alfonso Uribe Jaramillo, muchos de ustedes me acompañaron en
aquel momento kairótico. Ese acontecimiento salvífico, sin duda alguna, marcó un
antes y un después de mi historia personal.
Escribía en la tarjeta de ordenación esta frase paulina,
“no que lo tenga ya conseguido o que sea ya perfecto, sino que continuo mi
carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por él. Yo
hermanos, creo no haberlo alcanzado todavía”. Nuevamente la medito y estoy más
convencido del programa de vida que elegí aquel 8 de noviembre de 1992.
Han pasado 25 años y aún no lo he logrado, ni he
alcanzado la perfección, sigo en camino, pero hoy con una certeza más aguda y
más puesta en el crisol del diálogo de la fe y la razón, que me ha dado el
abrazo disciplinado que tengo con la filosofía, siento y constato que he sido alcanzado
y atrapado por Jesús, pues, un hombre sin Dios o incluso un sacerdote sin Dios,
permanece un transeúnte aventurero sin horizonte. Más aún, como escribía el
poeta griego Píndaro le es imposible “llega a ser quien tiene que ser” Hoy la
experiencia existencial – sacerdotal, me ha revelado con contundencia mi
realidad personal, lo que significa que sacerdocio y realización personal son
compatibles, no contradictorios.
Fe y razón, las
dos alas para acceder a la verdad, como decía el papa Juan Pablo II, me han
acompañado, podría decir, precisamente que el don del sacerdocio,
misteriosamente pero sabiamente, me ha dotado de estos dos caminos: fey razón para poder
interpretar y leer gramaticalmente la realidad de la vida. Pues la vida de un
sacerdote o de cualquiera persona, sin la gramática de la fe, queda prisionera
del tiempo y del espacio, o sin la gramática de la razón se convierte en una evasiva
existencial. Eso es precisamente un sacerdote o más concretamente un cristiano:
un puente que une los dos extremos: lo divino y humano. El sacerdote no puede
quedarse vislumbrado ni por lo divino, ni por lo humano, en lo humano encuentra
lo divino y en lo divino capta el sentido de lo humano.
Sea lo último, no porque sea lo último, sino porque le
da sentido a todo este acontecimiento celebrativo, agradecer el don
insobornable e inescrutable de la vocación que a diario reclama enriquecer las
circunstancias, el sacerdote es una persona que enriquece las circunstancias. Hoy
agradezco cada uno de los nombramientos que he recibido de la Iglesia a través
de cada uno de los obispos, todos ellos me han llevado a enriquecer las
circunstancias, pero cada uno hasta pasar por el monasterio me han llevado a
encontrar-enfrentarme conmigo mismo hasta tocar las fibras más creativas de mi
ser personal, en cada una de las designaciones he sido enriquecido humana y
sacerdotalmente.
Agradezco a la Diócesis y más concretamente a cada uno
de los sacerdotes que me acompañan en esta acción de gracias. Son ustedes quienes
con cercanía han sido testigos de mis particularidades, tal vez de mis
excentricidades, pero sobre todo de mi original respuesta vocacional. A todos ustedes muchas gracias por unirse a
mi acción de gracias en estas bodas de plata sacerdotales.
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