sábado, 29 de marzo de 2025

Homilia cuarto domingo de cuaresma. Cilco C

 La reconciliación: un camino de esperanza.

Por P. José Raúl Ramírez Valencia. 

La liturgia de la palabra en este día nos invita a reflexionar sobre la reconciliación. Vivimos en un mundo polarizado que se opone a la reconciliación. El hombre contemporáneo necesita reconciliarse consigo mismo, con los otros y con Dios. Para profundizar en la reconciliación analicemos la parábola del hijo pródigo y en ella adentrémonos en las actitudes del padre, del hijo menor y del mayor. ¿Quién es realmente el pródigo? ¿El hijo menor, que derrocha su herencia? ¿El padre, que prodiga su amor y acogida? ¿O el hijo mayor, que, incapaz de perdonar, se convierte en un extraño dentro de su propia casa?

El padre: un amor que respeta la libertad

El filósofo existencialismo ateo, Jean Paul Sartre, afirma: "Si Dios existe, yo no soy libre y si yo soy libre Dios no existe" ¿Será esto verdad? Dios es un padre que respeta la libertad de sus hijos. En la parábola, el hijo menor pide su herencia aun cuando su padre está vivo, la solicitud equivalía a desear la muerte del padre. Sin embargo, el padre no se opone: respeta su decisión y le entrega lo que le corresponde, no lo obliga a quedarse con él, aun sabiendo de los numerosos problemas en los que podía caer, por tanto, Dios no anula la libertad. 

El hijo menor: La falsa libertad y el camino de regreso

El hijo menor toma su herencia y la malgasta, convencido que será más libre y más feliz. No siempre la libertad consiste en elegir entre el bien y el mal, en algunas circunstancias el hombre se deja llevar por los impulsos y termina dándole rienda suelta a los deseos sin ningún tipo de discernimiento. El joven, creyendo que al pedirle la herencia al padre y sin tener muy claro qué haría con ella, la despilfarra y termina esclavo de sus deseos. Si soy libre no significa que Dios no exista, al contrario, la libertad como elección del bien afirma la existencia y la presencia de Dios. La vida está llena de decisiones y una mala decisión sin ningún referente de la bondad enreda la vida y la conduce al precipicio  de la angustia y la infelicidad, mientras que una buena elección con discernimiento mantiene a las personas en la búsqueda de la verdadera libertad donde la presencia del padre Dios es esencial. Lejos de la casa del padre Dios, la dignidad humana termina pisoteada por uno mismo.  

Cuando el hijo menor toca fondo, reflexiona, cae en la cuenta que se equivocó, que escuchó solo sus deseos  y que sus malas decisiones y la ausencia del padre lo han llevado a la ruina y, con humildad, decide regresar a la casa paterna. Así como fue libre para tomar la decisión de marcharse de la casa fue libre y humilde para reconocer sus errores; la soberbia impide dar marcha atrás, encierra a las personas en el egoísmo y las lleva a sufrir más, en cambio, la humildad permite la reconciliación con uno mismo, con Dios y con los hermanos.  

El regreso y la misericordia del padre

Cuando el hijo regresa, el padre no le hace reproches ni le impone condiciones, lo acoge y lo abraza con alegría. En ocasiones, quienes se confiesan están más preocupados por la penitencia que les impondrá el sacerdote, cuando en realidad el sufrimiento por peso del pecado ya ha sido suficiente. Dios no busca castigar, sino restaurar el vínculo de amor con sus hijos. 

Jesús en unos de los pasajes del evangelio dice: "Hay más alegría en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión." El padre no solo recibe al hijo menor, sino que le devuelve su dignidad: le coloca sandalias y un anillo, signos de que sigue siendo parte de la familia.

El hijo mayor: La dureza del corazón

El hijo mayor reacciona con envidia y resentimiento. No se alegra por el regreso de su hermano, sino que lo ve como un extraño. Aquí surge una pregunta clave: ¿este hijo realmente se sentía hijo del padre o solo cumplía obligaciones? Vivir la moral cristiana no ha de ser  una carga, sino una experiencia de amor. El hijo mayor parece haber estado en la casa a regañadientes, obedeciendo sin alegría, sin experiencia de la paternidad, ni de la fraternidad. Así mismo, muchos cristianos no sienten la paternidad de Dios, ni la maternidad de la Iglesia, ni mucho menos la fraternidad. La envidia y el desprecio del hijo mayor reflejan la actitud de quienes cumplen con la religión externamente, pero sin haber experimentado la misericordia y el amor de Dios. Al respecto escribe Thomás Merton en su libro ningún hombre es una isla: "Solo quien ha tenido que enfrentarse a la desesperación está realmente convencido de que necesita misericordia. Quien no la desee nunca la busca Es mejor encontrar a Dios en el umbral de la desesperación, que arriesgar la vida en una complacencia que jamás ha sentido la necesidad del perdón".

¿Quién es el verdadero pródigo?

El término pródigo significa "derrochador" o "abundante en algo". En este sentido, el verdadero pródigo en la parábola es el padre, que derrocha amor y misericordia. Él acoge al hijo menor y, a la vez, intenta reconciliar al hijo mayor, recordándole: "Todo lo mío es tuyo."

Al final, la parábola nos invita a reconciliarnos: el hijo mayor con su hermano, y ambos con su padre. Quien le dice no a la reconciliación, elige vivir a las afueras de la esperanza. Quien se resiste a la reconciliación se encierra en un egoísmo que lo carcome y le impide experimentar el amor y la misericordia. 

Reflexión final

Al celebrar esta Eucaristía, preguntémonos:

  • ¿Nos sentimos verdaderamente hijos de Dios?
  • ¿Nos reconocemos como hermanos, capaces de ayudarnos unos a otros, o simplemente señalamos y juzgamos?
  • ¿Nos alegramos cuando alguien se reconcilia o sentimos envidia como el hijo mayor?
  • ¿Ejercemos nuestra libertad con sabiduría, evitando decisiones que nos lleven al sufrimiento?

 

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